¿Quién no se ha escondido alguna vez debajo de la cama o de una mesa? No, no estoy hablando de las veces que de niños jugábamos a las escondidas. Sino de aquellas veces en que tienes tanto miedo de que te encuentren y todo porque te van a descubrir haciendo algo que es prohibido.
Dícese de una jovencita de 18 años que vive en una pensión, que no suele salir mucho por las noches, que siempre tiene una sonrisa inquieta cuando se habla de sexo, como si mamá hubiera quedado embarazada por obra y gracia del espíritu santo. Bien. Esta chica solía decir de Fernando que era un chico machista. Claro. Fernando vive en la misma pensión pero casi nunca opina, estudia medicina y siempre mira a todos por sobre el hombro.
Ella, que hoy se llamará Anita, jamás se imaginó que dentro de su inocencia vería a Fernando con otros ojos. Poco a poco, todos empezamos a sospechar que algo pasaba entre ellos. Salían a la misma hora, iban a tomar el bus juntos y lo más notorio: creían que nadie lo notaba.
Un día, encontré un anillo en el baño que comparto con Anita. Subí a su habitación para entregárselo y ella, niña aplicada, no se encontraba estudiando a las 11 de la noche. Simplemente no estaba. Aquél día la dueña de casa se hizo la loca con el asunto y prefirió anotar las evidencias: “Anita no habida, Fernando con la puerta cerrada”. Y es que Fernando nunca cierra su puerta, la mantiene junta, quizá para que entre el calor de la estufa, quizá para molestar a todos con la recurrente voz de Manu Chao que emana de su habitación.
A la mañana siguiente, Mary la dueña de casa, encontró un gancho de pelo debajo de la almohada de Fernando. “¿Qué pasó aquí anoche?,” se preguntaba sin cesar y con una curiosidad disminuida por la molestia. Resulta que su casa parecía estarse convirtiendo en la pensión Soto.
A la mañana siguiente, Mary la dueña de casa, encontró un gancho de pelo debajo de la almohada de Fernando. “¿Qué pasó aquí anoche?,” se preguntaba sin cesar y con una curiosidad disminuida por la molestia. Resulta que su casa parecía estarse convirtiendo en la pensión Soto.
Esa noche, los ocupantes de uno de los baños teníamos que charlar sobre problemas domésticos. Para mi mala suerte y mi poco afán de ser testigo, me tocó subir a llamar a Anita. OH! Ella tampoco estaba en su pieza y eran cerca de las 11 de nuevo, la nueva hora para el amor, aparentemente. Buscamos a Ana por todas las habitaciones. Tocamos la de Fernando. Él no abrió. Contestó con la puerta cerrada. “Ni idea,” dijo. Él decía que no sabía nada de ella. Pero nadie la vio salir, nadie escuchó nada, nadie pensó que habría podido salir tan tarde, tan tarde para una niña como Ana.
Entre risas silenciosas y preocupación, casi todos teníamos la certeza de que Anita estaba escondida en la habitación de Fernando, quien mantenía su habitación con llave y conforme pasaban las horas salía a recorrer el pasillo, a detectar cualquier movimiento en falso. Claro que el movimiento en falso fue de ellos. Porque las horas pasaban y Mary, con años de experiencia, había cerrado con llave la habitación de Anita y había trancado la puerta de entrada.
Aquella noche quedé como hoy pegada a la red de redes. Aquella noche fui la última en acostarme y cerrar mi puerta. Yo no la cerré al final. Eran como las 2 de la mañana y casi todos habían desistido de conocer el final de la historia. Excepto Mary que se mantenía despierta, atenta a cualquier sonido. Y yo, que dejé la puerta abierta para captar el calor del tubo de la estufa. Cuando de pronto, veo a Fernando parado en mi puerta. Con el pretexto de preguntarme si tenía internet, asomó su cabeza y cuando recibió mi respuesta, cerró mi puerta, intencionalmente claro está.
Fue en ese momento en el que calculo que Anita salió de la habitación de Fernando. Quien ya la había tenido como rehén por más de 3 horas. Al final ambos se delataron y tuvieron que aceptar que jugaban a las escondidas porque no querían que nadie se enterara de lo que iniciaron juntos. Les salió el tiro por la culata y todos nos enteramos de lo acontecido.
La historia definitivamente es un poco larga, pero me trajo muchos recuerdos. No porque yo me haya escondido en la habitación de alguien, no hay forma. Sino porque cuando uno es adolescente (aunque ellos no tanto) tiende a tenerle miedo a la verdad, a pensar que las relaciones deben ser escondidas. Un adolescente no tiene la madurez para enfrentarse a los miedos y aceptar que andaba “haciendo cositas” en su cuarto. El adolescente le tiene miedo a mamá y se expone a someterse a reglas más arbitrarias, porque siempre anda haciendo las cosas más extrañas. Quizá soy un poco cruel al reírme de la historia, pero creo que principalmente es porque a los 20 años uno ya es bien grandecito como para aceptar que anda de enamorado con alguien. Aunque errores cometemos todos, pero no todos terminamos debajo de la cama, ¿o si?
1 comentario:
debajo de la cama? jaja no nunca me ha pasado; buena historia, me haz dejado con la curiosidad en algunas cosas(la más sapa) son cosas de adolescentes tu misma lo haz dicho, que traen gratos recuerdos cuando uno tiene el "enamorado" ... un besotote amiga.
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