5 jun 2012

5 de junio: una masacre para no olvidar



Hoy regresé a un cementerio y aunque no fui a ver a nadie que haya querido en vida, salí con lágrimas en los ojos. Fui al camposanto Santa Rosa a acompañar a los deudos de los policías asesinados en el Baguazo hace tres años. Jóvenes preparados para pelear por su patria, para defender el orden social, para acatar órdenes a favor de nuestro país.

Sus madres o esposas consideran a estos hombres héroes y temen que sean olvidados. Colocan flores en sus tumbas que, en comparación con otras, indican que ellos cayeron en acción de armas. La única diferencia con cualquier otra persona que ha perdido a un ser querido es que estas mujeres sin consuelo, estos padres, hermanos e hijos con rostros desconsolados no saben exactamente qué les pasó a estos policías. De pronto un día salieron a trabajar y no regresaron más, sin explicación de su institución, sin explicación del gobierno, sin explicación de nadie.

Es increíble que todavía no se hayan esclarecido los hechos ocurridos el 5 de junio de 2009 en la curva del diablo y en la estación 6. Es casi inaudito que por más fotografías que existan sobre las supuestas últimas horas de vida del mayor Felipe Bazán, no se hayan interrogado ni identificado a los más de 27 nativos que aparecen en la toma, los únicos que podrían conocer el paradero de los restos de este policía desaparecido. Hoy escuché con atención las declaraciones de sus hijas, que esperan que algún día al abrir la puerta de su hogar encuentren a su padre, o por lo menos logren conocer lo que le pasó.

Debo confesar que en estos días de periodismo callejero no es la primera vez que veo familias sufrir por la muerte de alguien. Hay ocasiones en las que me choca más que en otras, como en este caso, en el que estamos hablando de víctimas de una profesión que sería reconocida como noble si las autoridades asumieran su responsabilidad y si diéramos el reconocimiento debido a los que sí actúan de buena fe, a quienes no temen perder su vida por salvar de nosotros, los demás ciudadanos.

Hoy no me dio vergüenza derramar lágrimas por la matanza de Bagua, me dio miedo el tan solo pensar que me puedo volver inmune a este tipo de situaciones. Siento que el día que deje de indignarme por muertes como estas, habré perdido por completo mi corazón y no creo que de eso se trata el trabajo del periodista.
Quedará impregnada en mi mente la voz de uno de los suboficiales PNP grabada en el celular de su madre y recordaré siempre las frases de la oración que escribió antes de viajar al operativo: “Dios mío, no tengo miedo de morir si es que voy a entregar mi vida por mi país”.