26 ene 2009

El Abuelo César...




Hoy salí del nuevo trabajo tranquila. Estaba camino a casa cuando un mensaje de texto retumbó en mi celular y en mi cabeza. “Abuelo ingresado por EPOC, me quedo con el hoy”, escribió mi mamá desde un continente remoto. Es la segunda vez que lo internan por eso: Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica, pero la primera en la que lo atienden lejos de su tierra.

No estoy segura qué edad tiene mi abuelo, pero definitivamente bordea los 80. Desde que tengo uso de razón fuma como chimenea, vicio que con los años ha pintado del color del filtro algunos de sus gruesos dedos. César Blanco tiene una mirada fuerte pero dulce, sus ojos color cielo siempre me llamaron la atención. “Mis hijos tendrán tus ojos”- le decía yo – “porque yo llevo tu gen recesivo.”

Mis primeros contactos con él no son como los de los niños normales con sus cariñosos abuelos. Recuerdo que mi mamá siempre me pedía que le robara un cigarro al abuelo. Yo ingresaba a su cuarto con cierto recelo, abría la mesa de noche y con sepulcral silencio cogía un Winston rojo entre mis pequeños dedos. Cuando estaba saliendo, él me detenía indicándome que olvidaba llevarme el encendedor. Siempre me pedía que le presentara a Mónica y Almendra, las conductoras de Nubeluz que según él eran mis amigas. En ocasiones, compartía conmigo su afición por las películas de terror, como años atrás lo había hecho con su hija menor. Así, yo era una de las pocas niñas que veía Chuky impulsada por su abuelo.

Recuerdo también la primera vez que me vio fumando. “¿Tú también fumas?,” me preguntó, a lo que asentí con la cabeza sin decir nada, “Ay carajo”, respondió él con aquella frase que lo caracteriza. Años después sería él quien me pediría cigarros a escondidas porque el neumólogo le había prohibido continuar con tan peligrosa actividad que él disfrutaba desde los once. Algunas veces me cantaba un vals de antaño que decía “fumando espero al hombre que yo quiero...”

Mi abuelo siempre fue un hombre de pocas sonrisas y de pocas palabras. Contar su pasado me llevaría largas horas de investigación y concentración, pero a pesar de que luego descubrí el verdadero mal que le aqueja y por el que tiene ese temperamento, siempre he sentido que tengo una conexión especial con él.

Muy pocas veces lo he visto expresar afecto, pero me enorgullece saber que dentro de esas contadas ocasiones, yo fui una de las pocas víctimas de sus caricias mezquinas. La única que lo apachurraba sin miedo y con sinceridad era mi mamá, aunque él respondía con el mismo rostro inmutable, se notaba otro brillo en sus ojos, en esos lindos ojos que algún día se llevará consigo. Su cariño hacia ella es especial e inexplicable y como la ve mucho en mí, nunca sentí forzadas aquellas pasadas de mano por mi cabeza ni aquellas muestras de afecto cuando me veía llorar.

A pesar de que ya no estoy fumando como antes, este cigarrillo lo disfruto porque él ya no lo puede hacer, porque está echado en una fría cama de hospital en un frío país. Porque espero algún día poder visitarlo para compartir un vino y unos quesos, para practicar mis arranques de cosmetóloga y hacerle una limpieza facial y para poder reírme otra vez de sus punzantes comentarios mientras disfruto del cielo que lleva en la mirada.
Gracias abuelo, por la insania que nunca demostraste frente a mí y por ser una de las pocas personas en mi familia que no me ha hecho llorar.

7 ene 2009

Adios Piropo...





Para quienes son y hemos sido sufridos peatones alguna vez, es un placer indescriptible poder abrir la puerta de tu auto y llegar de un punto a otro sin tener que discutir con cobradores ni andar buscando asiento en un bus cuando es hora punta. Todo esto pasa luego a segundo plano.

Siempre pensé que sólo los hombres se encariñaban con sus vehículos. Mentira! Mi auto se llama Piropo. Todavía recuerdo el día que lo compramos y el afán con que salíamos en él las primeras veces. Un volkswagen del año 72, brasilero y con cara feliz. Todo el mundo decía que era mujer, hasta que un día Hugo me comentó que debía llamarse Piropo y el nombre le cayó a pelo.

Debo aceptar que al principio mi Piropo me daba unos desplantes increíbles. Cada mes se me paraba así fuese en plena vía expresa. Bendito touring que ha sabido sacarme de cada aprieto! Tuve que comprender que un carro de más de 30 años de edad tenía mucho que enseñarme.

Hasta cierto punto nos es difícil desprendernos de ciertas cosas materiales que con el paso del tiempo han sabido tomar forma humana. El Piropo me ha acompañado a una gran cantidad de sitios y ha recibido a diferentes personas en sus asientos. Sobretodo, ha aguantado mis arranques de cólera hasta hacerme comprender que no sólo no se debe manejar con tragos encima, tampoco con decepciones ni tristezas.

Innumerables veces he manejado llorando, pero también riendo. Mi auto aprendió conmigo portugués y francés; y hay ocasiones en que abusando de su capacidad he llevado muchas personas y cosas dentro de él. Ha sido tan aguerrido de irse a tomar sol a Punta Hermosa y de pasear su roja vestimenta por zonas violentas del centro del Callao para convertirse en mismo Papa Noel que llega con regalos. Aprendí con él a bajar a la Costa Verde sin miedo y con seguridad.

No sé cómo escribir ni explicar que me apena demasiado dejarlo ir. Quizá ahora le toca enseñar a manejar a alguien más. Quizá despedirme de él significa despedirme de todo lo que significó cuando llegó a mi vida. Siempre pensé que lo conservaría hasta el final, que mi afición por los de su especie podría finalmente reflejarla yendo de shopping a Lucanas.

Adiós Piropo, desde hoy estás en venta, no porque yo así lo quiera, sino porque la necesidad me impide darte todo lo que hubiese querido. Gracias por este año de lecciones, quedas en mis fotos y en mi corazón.


P.D. Quien lea esto y esté interesado, pásenme la voz.


Actualización al 19 de marzo: Piropo ya está en manos de alguien más, para mi suerte un amigo que sé lo cuidará. A veces todavía lo veo y con mayor frecuencia lo extraño. Aunque sin problemas podría hurtarlo, la tarjeta sigue a mi nombre.