28 jun 2009

Segunda despedida: Hasta pronto Jasán

Cuando te conocí no tenía la menor idea de lo que llegarías a significar para mí. El Chino dice que no entiendes castellano, pero yo creo que sabes perfectamente lo que digo. Me he encaprichado contigo como una niña y, a pesar de que ya te conozco buen tiempo, a veces todavía me asustan tus reacciones.

Pero es normal. Tu tamaño es mucho más imponente que el mío, yo soy una pulga a tu lado y definitivamente tienes más fuerza que yo. Pero sigues siendo más tierno y tu mirada tiene algo especial, algo que no tiene la mirada de nadie.

Siempre fue un sueño para mí cuando veía en las películas aquellas chicas que tenían una relación especial con los de tu especie. Todo el coraje, toda la paciencia que se necesitaba para comunicarse más allá de las palabras. No estoy segura de si me obedeces, es más, a veces creo que eres consciente de lo que siento por ti y sabes que por eso te permito ciertas cosas. Pero sí estoy segura de que me reconoces. Sabes quién soy y que he estado esperando con ansias el volver a verte.

Es muy raro, ¿sabes? Te extraño toda la semana y pienso en que tu olor es una de las cosas más ricas del mundo. Quizá es porque me pones a prueba, porque has encontrado la manera de hacer que enfrente mis miedos y que me sienta capaz de estar sobre ti.

Me sorprendo de mí misma cuando estoy contigo. Ahora puedo hacer cosas que antes me aterraban y aunque cada vez es más fácil ya me acostumbré a los dolores de piernas y a algunos movimientos de tu cabezota. Porque sabes que para los de tu especie tú tienes las patitas más grandes y la cabeza bastante desproporcional. Pero así te quiero, así me gustas y así te me presentas más amoroso.

El Chino dice que tú me enseñas y que poco a poco voy a entenderte más pero que está mal que me haya acostumbrado sólo a ti. Cierto. Este tiempo que sé que no voy a poder visitarte me vas a hacer falta. Porque no siento que hago ejercicio físico contigo, todo lo contrario, me relajas y me das algo que es difícil de encontrar, me das paz.

Así estés un poco entrado en años y no seas una buena inversión, si tuviera el dinero no dudaría en pagar por ti. Para ser yo quien supervise tu vida, tu comida, tus baños. Para no tener que darme con la desagradable sorpresa de encontrarte magullado o sucio algunos domingos.
Pero no puedo hacerlo y por ello me he contentado con tener que inmortalizarte en fotos. Aquella vez que te lavaron el cabello y te peinaron bonito era para que luego lucieras de lo más lindo en un cuadro en la pared de mi cuarto. Aquella foto estará por siempre en el mismo lugar, esa foto en la que aparecemos los dos, tranquilos, felices.

Todavía me quedan dos fines de semana para verte. Sin embargo he decidido escribir esto hoy porque todavía tengo el buzo sucio por pasarme la tarde echándote agua en las piernas. No siento que seas como un hijo a pesar de todos los cuidados que requieres, te siento más como un amigo, como alguien con quien podría llorar si me siento triste y reír a carcajadas cuando estoy feliz.
No eres cualquier caballo Jasán. Eres el que me ha enseñado a montar y me da la impresión de que no galopas fácilmente porque sabes que todavía me da miedo. Haces que me derrita cuando agachas la cabeza porque sabes que te voy a peinar el cerquillo, porque cuando empiezas a soltarte y escuchas mi voz, dejas de intentarlo, porque nunca has intentado morderme ni patearme y porque me pones la nariz cuando me despido de ti con un beso.

Voy a extrañar tu olorcito a caballito y la cara que pones cuando te doy zanahoria. Voy a extrañar tus pocas ganas de trabajar y los cabezazos que sueltas cuando terminamos de trotar. Gracias por tenerme paciencia Jasán, gracias por nunca intentar botarme y por ser dócil cuando te lavo la cola.
Sé que voy a montar de por vida otros caballos que no sean tú, pero vas a ser mi eterno referente, vas a ser el primero que supo ganarse mi corazón y el primero que se atrevió a desafiar mi genio.

Te veré en diciembre y te prometo que te voy a llevar mucha zanahoria. Lo que no puedo prometerte es no montarte, aunque seas bastante flojo, sé que vas a recordar que ya no necesito fusta para hacerte correr. Al menos en algo ya me haces caso, ¿verdad?



26 jun 2009

La primera despedida: Adios USMP!

Si las cosas siguen su curso sin variaciones, esta es la última vez que me sentaré frente a una computadora como alumna en la Universidad de San Martín de Porres.

Mi carrera, la terminaré siendo una nueva alumna del último año en un lugar nuevo y extraño. Por ello no puedo evitar remontarme a los primeros días aquí y a todas las cosas que he aprendido (fuera de lo profesional).

Aquella primera vez que vine a la facultad, mi papá conducía y mi primera impresión fue que era demasiado grande para mí. “Yo soy muy pequeña,” pensaba como si fuese el paso del nido al colegio. Hoy, las instalaciones me parecen pocas y la universidad se me presenta pequeña, inconclusa.

Desde el primer día de clases me acostumbré al ritmo y ahora me arrepiento de haberme dedicado íntegramente a la universidad durante los primeros años. Con tanto tiempo hubiera podido estudiar más idiomas y ahora estaría hablando 3 lenguas más de las que ya manejo.

Pero para lamentos, otro día. He conocido muchas personas valiosas y me he dado cuenta que todos actúan bajo el egoísmo natural y propio del ser humano que busca resaltar. Es verdad que aquí soy otra persona completamente diferente a la que soy en mi esfera personal y que poco me ha importado tener un millón de amigos como dice la canción. Pero no me arrepiento.

Siempre pensé que la universidad era para estudiar y sacarte la mierda, no para juerguear y convertirte en la amiga de todos que tiene siempre una sonrisa disponible. Falacias. Sin embargo sé que hay gente que he conocido que me gustaría volver a encontrarme a lo largo de la vida.

Si pudiera escoger el mejor ciclo durante estos cuatro años y medio sería el ciclo pasado: octavo. Por los amigos, los cursos, los trabajos y el pequeño viaje-chamba-juerga que tuvimos que realizar. Estos cuatro meses he extrañado horrores a Huguito, Maclau, Jacobillo, Liz, Midori y Pinedo, mis amigos de octavo.

Ha sido el único ciclo en que no me he sentido presionada en lo personal como para no compartir tiempo con mis amigos. Además los trabajos fueron experiencias que nunca voy a olvidar. Los chicos de Thomas Helm y las tardes que pasamos juntos; Antioquia con los rones, puchos y las innumerables cintas que tuvimos que grabar, con Oscar de colado y compañero infaltable en los momentos de Ritmo Agogó. Ese fin de semana ha sido la ocasión en la que más he participado de ese juego y en el que más me han exprimido el cerebro con cosas como: “diga usted nombres de: PARTES DE UNA CAMIONETA 4x4.” Fue excelente.

Hoy me despido del TCP (Tarjeta de Control de Pago) y de los puchos de los breaks. De los profesores aburridos y de aquellos que dejaron huella. De las conversaciones con las chicas y de las carcajadas en grupo.

¡Qué extrano! Nunca pensé que extrañaría ser alumna de la USMP. Todo lo contrario. Pensé que me ocurriría lo mismo que con el colegio. Creo que es porque aquí no hay tanta hipocresía, cada quien vive en su mundo y pronto cada quien saldrá a su propia esfera.

Yo me iré a otra completamente ajena, pero eso es una historia que todavía está por contarse.





Tu ruta en Antioquia, un trabajo de octavo

17 jun 2009

El impulso de escribir

Durante el día pasan por mi cabeza muchas cosas sobre las que escribir. La mayoría de veces redacto en la mente los párrafos, escojo las palabras y hasta ideo títulos precisos para aquellos temas que me interesa compartir y que quizá puedan encontrar similitud con las situaciones por las que pasan las demás personas.

Pero al final del día, cuando tengo la libertad de sentarme tranquilamente frente a una computadora, la inspiración o las ganas de profundizar en ellos se ven apaciguadas.

¿Existe entonces un momento en el que somos más proclives a caer en la pasión por las letras y la expresión escrita?

Según un ex profesor y también blogger, quienes tenemos el vicio de plasmar las ideas con palabras escuchando el sonido del teclado (que en mi caso es fuerte y apresurado), solemos escribir con más ganas cuando estamos deprimidos, molestos o invadidos por sentimientos pesimistas y desalentadores.

Concuerdo con él en cierta forma. El tiempo en el que más he escrito ha sido cuando era una adolorida adolescente y hacía catarsis en los 11 diarios que pude llenar durante esa época. Tiempo después, cuando admití que mis diarios habían sido ultrajados y eran una gran arma para quien quisiera hacerme daño, empecé a escribir poemas.

Los poemas son mucho más fáciles de ocultar y mucho más subjetivos de ser comprendidos. En ellos se esconden palabras sueltas que pueden tener innumerables significados. Luego noté que los poemas más profundos, es decir, los que no son sólo un pedazo de basura digna de permanecer en un tacho, son aquellos que escribí entre gruesas lágrimas, variados puchos y solitarios rones.

El dolor, al ser más chocante, es más libre de ser transmitido con todo tipo de palabras y por ello, más artístico. Todos los grandes artistas han sido o locos o extremadamente depresivos o completamente desagradecidos con la vida.

Ya no sé a dónde voy con todo esto. En fin. Mañana tendré más ideas. Hoy, ni me quiero matar ni tengo ganas de mandar por el inodoro a nadie ni a nada.

15 jun 2009

Fumando espero



¿Cómo actuar cuando sabemos que en poco tiempo las cosas van a cambiar así sea solo por un periodo corto?

En el largo (pero aparentemente corto) lapso que estamos en la tierra, esperamos muchas cosas de la vida. Cuando somos niños, anhelamos con ansias ser un poco más grandes para poder salir a jugar con los amigos; cuando somos adolescentes queremos tener algunos años más para que los cambios corporales y sentimentales desaparezcan. Y así cada etapa.

Cuando estamos en el colegio, algunos esperamos con ansias el momento para salir de aquel lugar en el que permanecimos encerrados 11 años. Con la universidad, a algunos les pasa lo mismo; quieren salir corriendo para finalmente poder volar y encontrar la ansiada independencia económica, el éxito profesional.

Hasta que creo, llega un punto en que empiezas a pensar como tu mamá y ya no quieres crecer más. Luego, escuchas innumerables veces que tu abuelo te dice que le gustaría tener tu edad pero con la experiencia de sus 70 y tantos años.

Casi todos están insatisfechos en algo con su vida.

Este post no es para pensar sobre la pregunta que todos se hacen. Aquella que tiene que ver con la felicidad. Este post es una forma de comentarles que siempre estamos esperando algo más, en cualquier ámbito de nuestras vidas. Hasta en el temible día a día.

Hoy espero con un cigarrillo en la mano la respuesta de una embajada de un país no tan amigable que me permitirá permanecer en él e inmiscuirme en sus costumbres e ideas.

Espero también y con ganas locas, el fin de mes, para poder cobrar y dejar de hacer un trabajo que no me da ningún tipo de satisfacción más allá de la económica.

Y a corto plazo espero el día jueves para tener en mis manos un aparatito que me simplificará un poco la vida.

Pero no me apresuro. Así como por años pensé que demoraría mucho en tener un laptop, hoy quedan sólo tres días para olvidarme de la lentitud de esta máquina y sus ganas de colgarse a cada instante. De igual forma y quizá en poco tiempo les contaré que ya no espero la respuesta de esa embajada, que ya no espero el verano para abrazar a quienes más extrañaré, que ya no espero que los 5 años de universitaria me sirvan de algo.

Pero mientras espero, fumo. Y cuando fumo, siempre sonrío.