Durante el día pasan por mi cabeza muchas cosas sobre las que escribir. La mayoría de veces redacto en la mente los párrafos, escojo las palabras y hasta ideo títulos precisos para aquellos temas que me interesa compartir y que quizá puedan encontrar similitud con las situaciones por las que pasan las demás personas.
Pero al final del día, cuando tengo la libertad de sentarme tranquilamente frente a una computadora, la inspiración o las ganas de profundizar en ellos se ven apaciguadas.
¿Existe entonces un momento en el que somos más proclives a caer en la pasión por las letras y la expresión escrita?
Según un ex profesor y también blogger, quienes tenemos el vicio de plasmar las ideas con palabras escuchando el sonido del teclado (que en mi caso es fuerte y apresurado), solemos escribir con más ganas cuando estamos deprimidos, molestos o invadidos por sentimientos pesimistas y desalentadores.
Concuerdo con él en cierta forma. El tiempo en el que más he escrito ha sido cuando era una adolorida adolescente y hacía catarsis en los 11 diarios que pude llenar durante esa época. Tiempo después, cuando admití que mis diarios habían sido ultrajados y eran una gran arma para quien quisiera hacerme daño, empecé a escribir poemas.
Los poemas son mucho más fáciles de ocultar y mucho más subjetivos de ser comprendidos. En ellos se esconden palabras sueltas que pueden tener innumerables significados. Luego noté que los poemas más profundos, es decir, los que no son sólo un pedazo de basura digna de permanecer en un tacho, son aquellos que escribí entre gruesas lágrimas, variados puchos y solitarios rones.
El dolor, al ser más chocante, es más libre de ser transmitido con todo tipo de palabras y por ello, más artístico. Todos los grandes artistas han sido o locos o extremadamente depresivos o completamente desagradecidos con la vida.
Ya no sé a dónde voy con todo esto. En fin. Mañana tendré más ideas. Hoy, ni me quiero matar ni tengo ganas de mandar por el inodoro a nadie ni a nada.
Pero al final del día, cuando tengo la libertad de sentarme tranquilamente frente a una computadora, la inspiración o las ganas de profundizar en ellos se ven apaciguadas.
¿Existe entonces un momento en el que somos más proclives a caer en la pasión por las letras y la expresión escrita?
Según un ex profesor y también blogger, quienes tenemos el vicio de plasmar las ideas con palabras escuchando el sonido del teclado (que en mi caso es fuerte y apresurado), solemos escribir con más ganas cuando estamos deprimidos, molestos o invadidos por sentimientos pesimistas y desalentadores.
Concuerdo con él en cierta forma. El tiempo en el que más he escrito ha sido cuando era una adolorida adolescente y hacía catarsis en los 11 diarios que pude llenar durante esa época. Tiempo después, cuando admití que mis diarios habían sido ultrajados y eran una gran arma para quien quisiera hacerme daño, empecé a escribir poemas.
Los poemas son mucho más fáciles de ocultar y mucho más subjetivos de ser comprendidos. En ellos se esconden palabras sueltas que pueden tener innumerables significados. Luego noté que los poemas más profundos, es decir, los que no son sólo un pedazo de basura digna de permanecer en un tacho, son aquellos que escribí entre gruesas lágrimas, variados puchos y solitarios rones.
El dolor, al ser más chocante, es más libre de ser transmitido con todo tipo de palabras y por ello, más artístico. Todos los grandes artistas han sido o locos o extremadamente depresivos o completamente desagradecidos con la vida.
Ya no sé a dónde voy con todo esto. En fin. Mañana tendré más ideas. Hoy, ni me quiero matar ni tengo ganas de mandar por el inodoro a nadie ni a nada.
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