Hay muchas historias dignas de ser contadas y como hace poco
en una entrevista, un experto en derechos de autor me dijo que nadie es dueño
legal de sus experiencias, me voy a dar el lujo, de narrar historias que he
escuchado, claro, cambiando nombres para evitar problemas más adelante…
Empecemos con una cortita…
Walter nació en Tupicocha, se ríe cuando le dicen que no
habla bien el español pero hace mucho que vive en la capital. 30 años atrás,
cuando era igual de flaco pero no tenía ni canas ni arrugas encontró un aviso
en el periódico sobre un italiano que tenía títeres y buscaba asistentes de
producción.
Walter no sabía nada sobre televisión. Llegó a la
entrevista, le cayó bien al italiano y obtuvo el trabajo. Sólo tenía que ir a
comprar dulopillo y otros enseres para los títeres y la escenografía del
programa que se emitía en un canal en Lima. Durante un año el italiano apreció
su trabajo. “Tú nunca me vas a robar”, le decía.
Walter entre risas recuerda que sí se agarraba unos cuentos
solcitos, en realidad, unos cuantos intis, la moneda de aquella época en la que
nadie estudiaba para trabajar en ese extraño negocio que se llamaba televisión.
El programa tuvo éxito y el italiano se forró los bolsillos.
Pero cuando acabó su contrato, le ofrecieron hacer el mismo formato titiritesco
en Argentina. El italiano se quiso llevar a Walter consigo. “Vas a ganar mucho
dinero allá”, le dijo.
Cabizbajo como siempre y sin mayor intención de afrontar un
reto, Walter dijo que NO. El italiano tomó su avión con otra peruana de su producción y al Tupicochano de corazón le ofrecieron un
puesto estable en el canal de televisión.
Poco a poco fue ascendiendo en su nueva casa. Cuando ya se
había ganado un nombre, muchos años después, en una comisión en el aeropuerto
se encontró con una esbelta mujer que lucía muy bien. Ella se le acercó y lo
saludó con cariño.
-
“¿Cómo estás Walter?, sigues en el canal?” – le dijo
– “Yo me fui con el italiano. En Argentina ganamos dinero, pero fue en Italia
donde la hicimos linda. Ya no trabajo con él, pero atrapé la oportunidad de mi
vida”.
“¿Por qué no te fuiste?”, le pregunto a Walter un día dentro
del auto esperando en las afueras de una comisaría. “Ah… porque no conocía a
nadie en Argentina. Además acá me ofrecieron un trabajo estable. Era joven,
quizá tendría plata, una argentina que me quiera y una casa en Italia, pero no
me fui pues…”. Y ríe.
Me da miedo preguntarle si se arrepiente. Si se ha dado
cuenta que hace más de 30 años hace lo mismo todos los días. Lo cual, claro, no está mal; pero para mí, que soy un
alma aferrada a luchar contra la rutina, eso me asusta demasiado.
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