Llego a casa a buscar un buen café pasado y un cigarro. Me lo merezco. Me lo merezco por ser parte de este loco mundo que algunos llaman el maravilloso mundo de la televisión.
Cuando caminaba de regreso de la universidad pensando a qué me gustaría dedicarme, siempre manejaba varias posiblidades, pero la más remota era dedicarme a la pantalla chica. No me arrepiento de empezar por este medio.
Ahora, cada vez que vuelvo del canal, se me ocurren tantas historias sobre las que escribir. Muchas cosas que se desconocen de este submundo y muchas anécdotas que me pasan trabajando día a día en el equipo de prensa de uno de los canales con menos rating de la parrilla.
Muchos me han dicho que he tenido suerte de iniciarme en la tele tan joven y aparecer de buenas a primeras en la pantalla de sus televisores. En fin. Este trabajo me cayó como anillo al dedo porque además de necesitarlo, me hacía falta esa dosis de buenas oportunidades. Hoy quizá ya me he ganado un pequeño espacio en el canal y llegar todas las tardes a trabajar no se me hace para nada pesado.
Pero de eso no se trata este post. Con él tengo la intención de anunciar que de vez en cuando, y probablemente con frecuencia, escribiré sobre el lado oscuro de la tele, sobre las cosas graciosas que pasan en la redacción y sobre lo extraño pero nada extraordinario que se siente verme promocionando un noticiero en la pantalla de mi plasma.
Así se empieza, señores, en el periodismo.
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