Hoy se acabaron sus vacaciones. Después de un mes de volver a dormir a su lado y aunque siempre es difícil tenerla como compañía en la cama, estos días no pudieron haber sido mejores.
Los reencuentros son siempre prometedores. Están llenos de largas conversaciones, risas y complicidades. Y así fue. Esa relación madre-hija tipo Gilmore Girls que siempre tuve en mente, eso viví estos últimos días, estos últimos días y los últimos meses que viví con ella.
Las despedidas son demasiado tristes. Pero también prometedoras. Están llenas de lágrimas, pero también de planes, planes de nuevos reencuentros y deseos de días mejores.
Quizá la madurez nos hizo ser como somos la una con la otra. Y definitivamente su empeño me hizo ser a imagen y semejanza suya. “Mejorada y aumentada,” como ella misma lo diría. Esa fuerza que a veces siento desvanecerse y que a veces siento correr por mis venas, esa fuerza que no me detiene, esa la tengo por ella. Esa fuerza que sin querer hizo que estuviera a mi lado en esta nueva etapa de mi vida, y que hará que en cada momento importante esté también presente, aunque en ocasiones mirando de lejos, pero siempre presente.
Hoy mi madre volvió al lugar donde vive, a sus amigos internacionales que gracias a Dios la acompañan y a su trabajo como excelente enfermera. Hoy nos despedimos con agüita en los ojos pero con el corazón lleno de energías. Ambas nos recargamos para seguir cada una su sendero. Y ahora tenemos que seguir creciendo.
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