¿Por qué será que sentimos miedo frente a experiencias nuevas por más que estas sean las oportunidades que tanto veníamos esperando? Hoy me toca escribir sobre el miedo, pero no sobre ese que paraliza, no sobre el miedo al fracaso, no sobre el miedo a lo externo. Sino sobre ese miedo extraño que lleva grandes porciones de inquietud, dudas y fuerte expectación. Ese miedo al que nos enfrentamos cuando empezamos una nueva empresa.
Como cuando somos niños y vamos al primer día de escuela, como cuando ya hemos crecido y entramos por primera vez a un aula universitaria, como cuando entramos a laborar en un lugar donde realmente nos importa desempeñarnos bien.
Es como una especie de enamoramiento. Uno tiene sueños e ilusiones que se hacen presentes en el estómago, que te buscan cuando duermes, que se elevan a su máxima potencia cuando cruzas esa puerta y te encuentras frente a frente con tus nuevas obligaciones.
Hace unas semanas uno de mis colegas y entrañable amigo de la universidad twiteaba sobre su primer día en un medio: “este día es como si fuera el primero en el cole cuando eres el nuevo del lonsa. Muchos cambios, sé que serán buenos.” Y no puedo más que concordar con él.
Ojalá para todos los cambios sean buenos. Ojalá el miedo nunca nos paralice y sepamos aplicar lo que durante cinco años nos machacaron en el cerebro. Hoy invoco a mis maestros de tele: al loquito del profe Velásquez, al exigente de Víctor Navarrete; a mis profes chilenos: a Gustavo por los reportajes y pases en cámara y al “chico” Castillo por joder 4 meses con los programas. Que sus datos me acompañen hasta que pueda caminar sola.
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