11 ago 2009

Con olor a hogar

En mi casa en Lima, máximo llegamos a ser cinco personas viviendo juntas. A veces un poco más cuando solían quedarse a dormir mis primos o cuando nos invade un pequeñín al que llamo mi sobrino. Pero mayormente, solo cinco.

Hoy vivo en una casa grande y es la primera vez en tantos años que tengo que bajar escaleras para ir a la cocina. No solo eso, aquí vive una familia de cuatro que por negocios y buenas intenciones han adoptado 7 chicos más.

La puerta del cuarto en el que duermo está siempre abierta para que entre el calor de la estufa, entonces veo pasar a mis actuales compañeros de casa, con quienes compartimos almuerzos y lonches. Todos sentados en la mesa somos como una gran familia y reímos constantemente ya que nunca falta una broma o un apodo. Es más, nosotras hemos ido adoptando su jerga y ellos han ido entendiendo la nuestra.

El cambio fue brusco pero no malo. De pronto dejé de almorzar sola para almorzar en una mesa que siempre está llena. Ahora comparto el baño entre cuatro y hasta ahora no tengo quejas. En esta casa siempre hay gente aunque nunca hagan mucha bulla. Y somos un grupo particular con tres periodistas, dos médicos, una profesora de inglés y una dulce niña que estudia tecnología médica.

Cada uno tiene sus propias costumbres y con la convivencia vamos conociendo qué cosas no come uno, qué platos favoritos tiene el otro y hasta sus horarios para acostarse y despertar. No me siento incómoda, es más bien muy rico disfrutar de un cigarro al aire libre con nuestra anfitriona y una de las chicas que viven aquí. Disfruto mucho de 2 nuevas hermanas chilenas que siempre están dispuestas a plancharme el pelo y mantienen una sonrisa en el rostro.

Adaptarse a otro país nunca es fácil, pero hay personas que lo hacen más llevadero. Nunca imaginé encontrarme en familia en un país tan lejano, y que sobretodo está lleno de estereotipos. No me siento mal en casa y a pesar de que las paredes son delgadas puedo decir que tengo intimidad.

Tengo que agradecer a este viaje por darme tolerancia, cualidad de la que antes carecía y por permitirme tratar con personas tan amables, creo que ya me tocaba.En mi casa en Lima, máximo llegamos a ser cinco personas viviendo juntas. A veces un poco más cuando solían quedarse a dormir mis primos o cuando nos invade un pequeñín al que llamo mi sobrino. Hasta hace poco eramos solo tres, a veces cuatro, a veces dos. Cuando me vaya de aquí sé que esta sensación de familia grande la tendré solo el día que inicie la mía propia, porque quiero una mesa muy grande y muy muy sonriente.

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