Cinco meses fuera y encuentro que los hongos han invadido parte de mi guardarropa, mi radio no suelta el primer disco que empezó a correr y el cable sigue viéndose mal ¿Pasará lo mismo con los recuerdos, los sentimientos y las heridas del pasado? ¿Se echarán a perder o quedarán envueltos por verdosas capas en lo más recóndito del closet de la mente?
Desde que llegué no he parado de dar vueltas dentro de los pocos metros cuadrados que conforman mi habitación. Me he dedicado a limpiar, desempolvar y ordenar. Pero hace unos minutos me senté tranquilamente frente a la pizarra de corcho que cuelga sobre la laptop. Era hora de actualizar fotos. Ahora descansan en ella todas las personas que tienen un lugar ganado en mi corazón. Están las fotos de mi madre, mis amigas del colegio, mi novio y las de aquella entrañable familia que dejé al sur del mundo.
Creo que para eso sirven las fotos. Para que los buenos recuerdos no queden solo en el corazón, sino que estén también rodeándonos y no queden escondidos en un álbum o en el disco duro del computador.
Desde que llegué he albergado dentro de mí una indefinida y contradictoria serie de sentimientos que en ocasiones me han hecho derramar más de una lágrima. Pena por todo lo que dejé, por los buenos momentos y las personas que quiero con toda mi alma. Pero he sentido también tranquilidad por volver a los brazos de quien me comprende y alegría por ver a las personas que dejé aquí cuando partí. Aunque por sobre todas las cosas, he sentido una inmensa satisfacción, por la experiencia que viví y porque creo que finalmente fue todo un éxito.
A parte de la libertad y la independencia que gané estando sola, nunca imaginé volver a formar parte de una familia y nunca pensé que las despedidas allá llegarían a ser tan profundas, aunque fueran un simple hasta luego, aunque tenga la certeza que a todos los volveré a ver.
Sin querer, aquel día que salí de la casa donde viví, me llevé la llave dentro del bolsillo. Cuando caí en la cuenta, noté que no sería difícil volver algún día. Me sentí tan en casa que tener la llave conmigo fue algo instintivo y natural.
Pero ya volveré. Volveré para bromear con el tío, fastidiar a Rodrigo, abrazar a mi hermano menor y charlar hasta el amanecer con la tía. Por ahora me queda lavar montones de ropa y desempolvar mi limeña vida. Cada cosa a su tiempo, dicen.
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