Este fin de semana ha sido de otro planeta.
Podría escribir una crónica de viaje, podría comentar cómo el turismo puede elevar la imagen de un lugar, podría recomendar que un fin de semana que cuenten con algo de dinero y que quieran huir del caos, cojan un bus y se trasladen a otra realidad llena de uvas, mar y arena.
Podría escribir una crónica de viaje, podría comentar cómo el turismo puede elevar la imagen de un lugar, podría recomendar que un fin de semana que cuenten con algo de dinero y que quieran huir del caos, cojan un bus y se trasladen a otra realidad llena de uvas, mar y arena.
Pero... mucho ya se ha escrito sobre Ica, sus paisajes y bebidas.
He tenido un fin de semana tan especial que estoy tentada a inventar una máquina del tiempo para volver a vivirlo cada vez que necesite repotenciarme de energías.
Desde que empecé a viajar por lo menos una vez al año, la primera vez que sentí una conexión especial con un lugar fue cuando fui a Arequipa. El Misti me ha hechizado y siempre he pensado que cada vez que amanece y es posible divisarlo desde cualquier punto de la ciudad, este misterioso volcán tiene algo que transmitir, algo que va más allá de las tantas veces que me he electrocutado con los taxis, las teteras y las colchas.
Pero Ica....... Ica tiene a la Huacachina y quizá la sirena que cada año ahoga a un entusiasmado joven bañista ha sabido encantarme con su canto hasta el punto de dejarme el anhelo de algún día vivir en aquel lugar. Será por su tranquilidad medianamente cosmopolita. Aunque internamente, mi compañero de viaje es quien ha hecho de este paseo un verdadero oasis en medio del desierto.
Nos fuimos para celebrar ambos cumpleaños, el suyo y el mío. Medianamente desorganizados pero con muchas ganas de dejar la ciudad y sus típicos problemas muy atrás. Si algo no salía como esperábamos, sabíamos que la solución no era echarnos la culpa, sino recorrer las calles y encontrar un tour interesante o algún amigo que organizara nuestro viaje.
Paracas, un trago en el malecón de la Huacachina al final del día, areneros y sandboard por la mañana, degustación de piscos y cachina antes de regresar a Lima. En ningún momento mi sonrisa ha desaparecido y todo gracias a él. A su entusiasmo contagiante, a la experiencia de perdernos juntos por primera vez en tierras desconocidas.
En tu preocupación por hacer de aquellos días los primeros de una larga lista de viajes imborrables, lograste tu cometido con creces y vítores de mi parte. Quizá no te dije lo feliz que he sido este fin de semana, quizá no te repito con frecuencia que si bien cada día contigo es muy especial, haberte tenido cerca para compartir nuevas vivencias ha sido el comienzo de una nueva adicción en mi vida. Una adicción más de las que ya has insertado. Así como cuando no sabías que disfruto mucho saliendo a mirar chucherías, que me encanta comer cosas ricas, que me gusta caminar, que soy una maniática con las fotos a pesar de no ser japonesa y que mi animal favorito ha sido y será siempre el caballo.
Este viaje me ha permitido darme cuenta de que también en esto coincidimos y de la misma manera.
He tenido un fin de semana tan especial que estoy tentada a inventar una máquina del tiempo para volver a vivirlo cada vez que necesite repotenciarme de energías.
Desde que empecé a viajar por lo menos una vez al año, la primera vez que sentí una conexión especial con un lugar fue cuando fui a Arequipa. El Misti me ha hechizado y siempre he pensado que cada vez que amanece y es posible divisarlo desde cualquier punto de la ciudad, este misterioso volcán tiene algo que transmitir, algo que va más allá de las tantas veces que me he electrocutado con los taxis, las teteras y las colchas.
Pero Ica....... Ica tiene a la Huacachina y quizá la sirena que cada año ahoga a un entusiasmado joven bañista ha sabido encantarme con su canto hasta el punto de dejarme el anhelo de algún día vivir en aquel lugar. Será por su tranquilidad medianamente cosmopolita. Aunque internamente, mi compañero de viaje es quien ha hecho de este paseo un verdadero oasis en medio del desierto.
Nos fuimos para celebrar ambos cumpleaños, el suyo y el mío. Medianamente desorganizados pero con muchas ganas de dejar la ciudad y sus típicos problemas muy atrás. Si algo no salía como esperábamos, sabíamos que la solución no era echarnos la culpa, sino recorrer las calles y encontrar un tour interesante o algún amigo que organizara nuestro viaje.
Paracas, un trago en el malecón de la Huacachina al final del día, areneros y sandboard por la mañana, degustación de piscos y cachina antes de regresar a Lima. En ningún momento mi sonrisa ha desaparecido y todo gracias a él. A su entusiasmo contagiante, a la experiencia de perdernos juntos por primera vez en tierras desconocidas.
En tu preocupación por hacer de aquellos días los primeros de una larga lista de viajes imborrables, lograste tu cometido con creces y vítores de mi parte. Quizá no te dije lo feliz que he sido este fin de semana, quizá no te repito con frecuencia que si bien cada día contigo es muy especial, haberte tenido cerca para compartir nuevas vivencias ha sido el comienzo de una nueva adicción en mi vida. Una adicción más de las que ya has insertado. Así como cuando no sabías que disfruto mucho saliendo a mirar chucherías, que me encanta comer cosas ricas, que me gusta caminar, que soy una maniática con las fotos a pesar de no ser japonesa y que mi animal favorito ha sido y será siempre el caballo.
Este viaje me ha permitido darme cuenta de que también en esto coincidimos y de la misma manera.
Ahora chinito... Nazca nos espera, verdad?