15 oct 2011

Un gorrión pasajero


Durante mis ratos libres he estado sacándole el jugo a una página web donde se pueden ver películas en alta calidad y altamente recomendables, gratis, por supuesto.

Actualizando aquellos films que me quedan pendientes, decidí ver La vie en rose, largometraje sobre la vida de la célebre cantante Edith Piaf. Mi primer encuentro con esta sorprendente voz francesa fue cuando empecé a estudiar el idioma de la diplomacia. En mi afán por practicar, descargué música francófona y me encontré con la maravillosa y reconocida interpretación de Edith Gorrión (por el significado de Piaf).

Quedé encantada con sus letras, con el poder de sus cuerdas vocales. Hoy, he quedado fascinada con la historia de su vida, que se inicia como la de una cenicienta. Esta musa de la música nació en un ambiente paupérrimo, literalmente bajo un farol en plena calle. Luego vivió entre prostitutas cuando niña era criada en el local de su abuela; para finalmente pasar a cantar en las calles. Así la descubrieron, como en los cuentos. 

Edith sorprendió con su voz, era un diamante en bruto que se encargaron de pulir. Se hizo famosa y conoció a quien fue quizá lo mejor de su vida, el boxeador casado Marcel Cerdan, de quien se enamora perdidamente. Él corresponde a sus sentimientos pero casi al año de mantener un amor apasionado, en uno de sus viajes, el deportista muere y con él... las esperanzans y fuerzas de la Piaf. 

Como en la mayoría de historias de los genios de la música, ella se vuelve adicta a la morfina y se echa al abandono. En sus 40´s muere finalmente de un cáncer pero también por falta de ganas de vivir. Antes, deja quizá, su mejor canción en la cual explaya su increíble registro vocal: Non, je ne regrette rien (no, no me arrepiento de nada). La letra de la canción plasma la vida de la cantante, con altos y bajos, con recuerdos que finalmente ya no importan, para ella todo queda en el pasado de su trágica historia. 

Aunque su voz nos queda a quienes apreciamos la buena música, a quienes nos paraliza una nota alta, una melodía que en casi tres minutos se puede tornar eterna.

La película con justa razón ganó varios premios, entre ellos un Oscar para Marion Cotillard, la actriz. Vale la pena perderse dos horas con el film, pues por más predecible que sea el final (y aunque ya se los haya contado), la carga de sentimientos, la fotografía, el mensaje y hasta los diálogos son dignos de un extendido aplauso.


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