18 jul 2014

El titiritero italiano...

Hay muchas historias dignas de ser contadas y como hace poco en una entrevista, un experto en derechos de autor me dijo que nadie es dueño legal de sus experiencias, me voy a dar el lujo, de narrar historias que he escuchado, claro, cambiando nombres para evitar problemas más adelante…
Empecemos con una cortita…


Walter nació en Tupicocha, se ríe cuando le dicen que no habla bien el español pero hace mucho que vive en la capital. 30 años atrás, cuando era igual de flaco pero no tenía ni canas ni arrugas encontró un aviso en el periódico sobre un italiano que tenía títeres y buscaba asistentes de producción.

Walter no sabía nada sobre televisión. Llegó a la entrevista, le cayó bien al italiano y obtuvo el trabajo. Sólo tenía que ir a comprar dulopillo y otros enseres para los títeres y la escenografía del programa que se emitía en un canal en Lima. Durante un año el italiano apreció su trabajo. “Tú nunca me vas a robar”, le decía.

Walter entre risas recuerda que sí se agarraba unos cuentos solcitos, en realidad, unos cuantos intis, la moneda de aquella época en la que nadie estudiaba para trabajar en ese extraño negocio que se llamaba televisión.

El programa tuvo éxito y el italiano se forró los bolsillos. Pero cuando acabó su contrato, le ofrecieron hacer el mismo formato titiritesco en Argentina. El italiano se quiso llevar a Walter consigo. “Vas a ganar mucho dinero allá”, le dijo.

Cabizbajo como siempre y sin mayor intención de afrontar un reto, Walter dijo que NO. El italiano tomó su avión con otra peruana de su producción  y al Tupicochano de corazón le ofrecieron un puesto estable en el canal de televisión.

Poco a poco fue ascendiendo en su nueva casa. Cuando ya se había ganado un nombre, muchos años después, en una comisión en el aeropuerto se encontró con una esbelta mujer que lucía muy bien. Ella se le acercó y lo saludó con cariño.

-          “¿Cómo estás Walter?, sigues en el canal?” – le dijo – “Yo me fui con el italiano. En Argentina ganamos dinero, pero fue en Italia donde la hicimos linda. Ya no trabajo con él, pero atrapé la oportunidad de mi vida”.

“¿Por qué no te fuiste?”, le pregunto a Walter un día dentro del auto esperando en las afueras de una comisaría. “Ah… porque no conocía a nadie en Argentina. Además acá me ofrecieron un trabajo estable. Era joven, quizá tendría plata, una argentina que me quiera y una casa en Italia, pero no me fui pues…”. Y ríe.


Me da miedo preguntarle si se arrepiente. Si se ha dado cuenta que hace más de 30 años hace lo mismo todos los días. Lo cual,  claro, no está mal; pero para mí, que soy un alma aferrada a luchar contra la rutina, eso me asusta demasiado.

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